
Anochecía cuando Carlota volvió a entrar por la ventana. Su madre había dejado una nota sobre su escritorio: «Sé que no debimos hacerlo tan bruscamente pero no encontré una forma mejor. Tu padre está en casa, pero respetará tu espacio hasta que estés lista para escuchar su historia y la nuestra. Te quiero, hija».
Ahora además de confusa y cansada se sentía celosa. Durante toda su vida su madre había sido, además, su mejor amiga y ahora alguien a quien no conocía se estaba metiendo entre ellas sin aviso. Sería mejor que se fuese a dormir. Se comió el sándwich de queso que la bruja de su madre le había dejado junto a la nota, se aseó y se metió en la cama. Al fin y al cabo, el sol volvería a salir mañana.
Ya estaba bien entrada la mañana cuando Carlota salió de su habitación mirando hacia un lado y otro y esperando no encontrarse con aquel señor que decía ser su padre.
—Buenos días, hija— dijo su madre desde la cocina. —¿Estás bien?
—Creo que sí. De todas formas, espero que me expliques muchas cosas y aviso ya que no lo consideraré mi padre hasta que se lo haya ganado.
—Él lo sabe, y yo también —Sarah conocía muy bien a su hija y no esperaría menos de ella. Una de las cosas que siempre quiso es que tuviese criterio propio y cada día le demostraba que lo había conseguido.
—Pues empieza.
—Nunca te he escondido cuánto quería a tu padre y siempre traté de hacerte ver que si se había ido era porque tenía una buena razón. Cuando nos casamos yo sabía que formaba parte de la orden encargada de preservar el conocimiento de los brujos antiguos, que estaba al servicio del Gran Aquelarre, y que no siempre el trabajo era sencillo.
»Cuando yo conocí a tu padre él ya estaba siendo entrenado para entrar en la Orden así que yo sabía que no sería fácil, pero decidí vivir con él, a su lado, todo lo que pudiera. Y no me arrepiento de ninguno de los días que he vivido desde que lo conocí hasta ahora mismo.
»Tenías apenas tres años cuando tu padre salió a la misión que lo alejaría de nosotras durante tantos años. Apenas pudo hacerme llegar la carta que conoces para que supiera que volvería y que nos querría siempre. El corazón se me partió en dos aquel día. Sentí tanto dolor que creí que moría. Pero tú seguías conmigo y tenía que vivir por ti, el regalo más grande que tu padre me había hecho. Así que me aferré al amor a mi preciosa e inteligente hija y a mi fe en volverme a encontrar con tu padre y seguí adelante. Hasta hace una semana.
»Ver a mi Amor delante de mí dolió tanto como el día que lo perdí. Al desvanecerme, tu padre asustado me tomó en sus brazos y nos llevó a un rincón al que solíamos ir cuando os conocimos. Allí me contó todo lo que había pasado. Y lloramos. Y nos achuchamos mucho».
—¡Mama! —la cara de repelús de Carlota contrastaba con la luz radiante que emanaba la de Sarah.
—Está bien —dijo sonriendo.
Carlota tenía un montón de información que procesar. Pero en ese momento solo tenía una pregunta en la cabeza.
—Mamá.
—¿Si, hija?
—¿Qué va a pasar ahora?
—Que volverás a conocer a tu padre y, si tú quieres, volveremos a vivir los tres juntos. Pero no tengamos prisa. Él también está nervioso. Hace más de diez años que no te ve y no está muy al día. Todos tendremos que poner un poco de nuestra parte.
—Mamá, creo que hoy me voy a saltar las clases.
—Está bien, hija. Me voy a trabajar. Si necesitas algo, llámame. Te quiero, hija.
—Te quiero, mamá.
Como su madre le enseñó, de nada sirve dejar pasar el tiempo esperando que se arreglen las cosas por sí solas porque, con suerte, lo único que consigues es que no empeoren, así que a media mañana Carlota llamó a Sarah para decirle que quería que le contasen todo lo que tenían que contarle esa misma tarde.