
Anoche, en pleno insomnio, se me despertaron las ganas de dibujar. Tenía la sensación de tener un agujero que llenar, curiosamente, sacando algo de mí. Y de ser diestra con las herramientas del ilustrador me hubiese puesto a ello, pero yo solo sé dibujar con las líneas que forman las letras, que forman las palabras, que forman las frases que forman los relatos. Tal vez, cuando tenga oportunidad, me pondré a ello. Siento la pulsión del arte visual y no estoy por contener ninguna de ellas si no dañan a nadie.
Dicho esto, y habiendo dejado claro que solo cuento con mi humilde literatura, he pensado tomarme la libertad de mostrarte, querido lector, la representación con palabras de cómo se fue forjando una vocación.
Hace casi diez años que me atreví (pobre insensata) a comenzar un proyecto de novela que, tal día como hoy, no he terminado. Muchas cosas tienen la culpa de que siga siendo una obra inacabada y todas están dentro de mí: el desánimo, la sequía creativa, el síndrome del impostor y el dejar que lo terrenal colonizase y se hiciese fuerte en el territorio de la ilusión.
Estando, como estamos, en esta situación excepcional de confinamiento por la emergencia sanitaria del coronavirus, he decidido estar algo excepcional para mí: publicar un trabajo a medias, un borrador romo (aunque le haya dado mil vueltas), una historia adolescente con ganas de salir. Y como tal la presento, con ansias de darse a conocer, con inseguridad y poco a poco, hasta donde lo escrito hasta ahora. No sé si podré volver hacerme con la historia, no sé si podré continuar construyendo esta obra, pero prometo intentarlo.
Espero que la disfrutes, que me hagas llegar que te parece y que me cuentes como te hace sentir. Feliz lectura.